
Mansedumbre
Dentro de la teología cristiana, la mansedumbre es uno de los llamados Frutos del Espíritu Santo. En dicha teología, estos frutos son beneficios espirituales que aparecen en el alma por la cercanía de la misma a la virtud. Dependiendo ya de si se trata de un cristianismo católico, ortodoxo o protestante se entiende que los frutos son consecuencia de los Dones del Espíritu Santo.
El concepto
En la teología cristiana, se define la mansedumbre como el término medio (definición aristotélica de virtud) entre la irascibilidad y la impasibilidad. La mansedumbre, la irascibilidad y la impasibilidad son disposiciones relacionadas con la ira o, como decían antes, con el alma irascible.
La importancia de estas listas de cualidades anímicas es que el cristianismo erige sobre ellas su imagen del hombre y sobre ellas fundamenta su teología moral. Así, el cristiano ha de orientar su vida hacia la caridad, la bondad,... etc y en concreto también hacia la mansedumbre, y esta orientación, para ser perfecta, no ha de encontrar resistencia interior por parte alguna del hombre, es decir, ha de ser una disposición natural en el mismo. De este planteamiento se deriva la mística cristiana como camino de perfección interior.
Dentro de la teología cristiana, la mansedumbre es uno de los llamados Frutos del Espíritu Santo. En dicha teología, estos frutos son beneficios espirituales que aparecen en el alma por la cercanía de la misma a la virtud. Dependiendo ya de si se trata de un cristianismo católico, ortodoxo o protestante se entiende que los frutos son consecuencia de los Dones del Espíritu Santo.
El concepto
En la teología cristiana, se define la mansedumbre como el término medio (definición aristotélica de virtud) entre la irascibilidad y la impasibilidad. La mansedumbre, la irascibilidad y la impasibilidad son disposiciones relacionadas con la ira o, como decían antes, con el alma irascible.
La importancia de estas listas de cualidades anímicas es que el cristianismo erige sobre ellas su imagen del hombre y sobre ellas fundamenta su teología moral. Así, el cristiano ha de orientar su vida hacia la caridad, la bondad,... etc y en concreto también hacia la mansedumbre, y esta orientación, para ser perfecta, no ha de encontrar resistencia interior por parte alguna del hombre, es decir, ha de ser una disposición natural en el mismo. De este planteamiento se deriva la mística cristiana como camino de perfección interior.
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